Corría
el año 1974. En aquel entonces presidía
el Ayuntamiento don Ceferino Hernández
Andrés y en ese preciso año el gobierno municipal decide la construcción de
un nuevo ayuntamiento. El edificio actual se había remodelado en 1928, estando de
alcalde don Silverio Rodrigo, y después
de 46 años el consistorio se veía en la necesidad de construir uno nuevo, más moderno, con más
alturas y con dependencias más acordes con los tiempos.
En
agosto de 1974 la plaza estaba tomada por las obras y no era posible celebrar allí
las tradicionales Fiestas del Toro en honor a San Bartolomé. En aquellos
años el ayuntamiento sacaba a concurso la organización de los festejos:
encierros y corridas. Los que normalmente presentaban pliego para
hacerse con la concesión en esos años venían siendo:
La familia Roque, la familia Flores y la familia Gorjón. Ese año los que finalmente se encargaron de "traer los toros", como se decía vulgarmente, fueron estos últimos.
Debido a la imposibilidad de utilizar la plaza
del pueblo, los camiones desenjaulaban a los erales en la confluencia entre la
calle Jerónimo Caballero y La Cilla. El encierro partía entonces de Jerónimo
Caballero y se dirigía, calle arriba, hacia el Rollo y Cristóbal Martín Herrera
para terminar en el descampado que había entonces donde ahora está el
polideportivo. En esos terrenos se había montado una plaza portátil y los toros
se encerraban y se lidiaban por la tarde.
La pasión por los toros, y todo lo que lo rodea, va en los genes de los
aldeadavilucos. La fiesta de los toros, parafraseando a don Adrián Martín Notario, “es flaqueza e irresistible
inclinación del natural ribereño”. Desde que tengo uso de razón raro es el año
que no hay quejas o protestas en las Fiestas del Toro de Aldeadávila en lo
referente al arte de Cúchares. Ese año los mozos de Aldeadávila se quejaban de que los toros eran
chicos. Es más, atribuían a un complot entre el ayuntamiento y el empresario la
extraña suerte de organización de los toros de ese año. Había una corriente convencida
que ayuntamiento y Gorjones, con premeditación, habían hecho coincidir las
obras del ayuntamiento con las Fiestas del Toro y de esa manera: A río revuelto, …toros pequeños. Visto
con la perspectiva del tiempo, parece que el sol del mes de agosto de aquel año
calentaba sobremanera la sangre y la cabeza de los mozos. Aunque
pareciera más o menos unánime la
percepción de que los astados no daban la talla, había aún un largo trecho hasta llegar a
la paranoica teoría del complot.
El momento de máximo frenesí se produjo cuando un grupo de mozos, en la
plaza portátil, consiguen inmovilizar uno de los toros, y para demostrar
que el astado no era digno de esa plaza lo trasladan a hombros hasta la
presidencia.
Por
lo demás las fiestas iban transcurriendo con más o menos normalidad dentro de la anormalidad.
Los bailes y celebraciones, que en otras circunstancias se situaban en la plaza
y zonas aledañas, ahora se trasladaban al Rollo, por detrás del Santo Cristo, y
por el nuevo y curioso recorrido del encierro.